Tres años antes.
Naomi se encogió de hombros. La
profesora la miraba por encima de las gafas, con las manos colocadas a ambos
lados de la cadera, mirándola fijamente mientras esperaba la respuesta.
-
Vamos, señorita
Campbell. Dimos esto la semana pasada.
Naomi se miró las manos,
mordiéndose el labio inferior. El haber llegado nueva al colegio tampoco
contribuía a que sus nervios disminuyesen. Sentía las manos levantadas a su
alrededor, con la respuesta en la punta de la lengua, mientras ella estaba
atravesando un infierno para averiguarla.
-
No… no sé –
respondió, soltando todo el aire.
-
Siéntese – suspiró
Mrs. Smith, anotando algo en su libreta amarilla.
El timbre sonó sobre sus
cabezas. Naomi se levantó guardando los libros en su vieja y descolorida
mochila llena de chapas y adornos que había ido guardando a lo largo del
tiempo. Los alumnos pasaban en grupos a su lado, desternillándose de risa o
quejándose por los deberes. Pero nadie se detenía a susurrarle la respuesta o a
decirle que no pasaba nada, que estaba bien, que todo el mundo tenía un fallo.
Nadie nunca se detenía.
Hasta ese día.
-
Mil cuatrocientos
noventa y dos.
Naomi se giró de golpe. Frente
a ella estaba una niña muy bajita, con el pelo castaño oscuro. Dos enormes ojos
oscuros adornaban su cara, en contraste con lo diminutos que eran sus labios.
-
Yo tampoco lo
recordaba, si te sirve – admitió la chica, tendiéndole la mano -. Emily.
Naomi la miró fijamente. Emily
tenía la clase de expresión que te hace confiar en esa persona. Dulce, el tipo
de rostro que imaginas en una buena persona. Naomi sonrió, por primera vez
desde que había empezado las clases en ese nuevo colegio.
-
¿Emily?
Ambas se giraron. Una niña
idéntica a Emily corría hacia ellas, con un bolso que golpeaba su cadera. Naomi
levantó las cejas, mirándola de arriba abajo. Si Emily parecía alguien de
confianza sin conocerla, su idéntica parecía alguien capaz de juzgarte solo
viendo tus calcetines. La niña llegó hasta ellas y, dedicándole a Naomi una
sonrisa falsa, tiró de su gemela, arrastrándola pasillo abajo.
Naomi cerró su mochila casi con
furia. Cuando sus padres se habían divorciado, a ella no le había parecido mal.
Podría pasar un mes en casa de cada uno, yendo al mismo colegio, saliendo con
los mismos amigos. Su vida no tenía por qué cambiar drásticamente. Pero su
padre había desaparecido de sus vidas, sin dejar una dirección o una carta a la
que aferrarse, como si la tierra se lo hubiese tragado. Su madre no podía
mantener la vida que llevaban antes, la casa, el coche, el colegio de Naomi.
Así que había vendido los dos primeros y se había marchado a Bristol, donde
había conseguido una casa mucho más modesta, una bicicleta y un colegio mil
veces más barato y asequible para su hija, que lo había aceptado todo a
regañadientes. Sin embargo, que lo aceptase no quería decir que lo estuviese
disfrutando.
Había dejado a sus amigos en
Londres, aunque hablase con algunos de ellos casi constantemente. Y hacer
nuevos amigos en Bristol la hacía sentirse como si hubiese regresado a la
guardería y tuviese que empezar de cero.
Y justo cuando alguien se había
acercado, se había atrevido a hablar a la niña nueva, había aparecido una
hermana gemela que era todo lo contrario a ella para alejarla. Y eso le parecía
tremendamente injusto.
Naomi salió del colegio,
sintiendo la mochila golpearle la parte baja de la espalda. Fuera nevaba, pero
no eran copos grandes, sino esa clase de copos que caen sobre tu piel y se
deshacen con el simple calor corporal. Apenas se había cuajado, pero el suelo
estaba cubierto por una fina capa de hielo.
-
¡Hey!
La niña se giró. Emily corría
tras ella, con una enorme mochila azul dando tumbos en su espalda. De repente,
uno de los pies de la chica resbaló y Emily cayó sobre su mochila, soltando un
pequeño grito. Naomi caminó hacia ella, casi patinando.
-
¿Estás bien? –
preguntó mientras la ayudaba a levantarse.
Emily asintió colocándose de
nuevo el gorro rosa que llevaba sobre la cabeza.
-
Perdona por lo de
antes – dijo, mirándose los pantalones mojados -. Mi hermana a veces puede ser
un incordio.
-
No hace falta que
lo jures – Naomi sonrió, sintiendo las mejillas congeladas por el frío -.
Naomi, por cierto.
Emily le devolvió la sonrisa.
Las mejillas y la nariz de la chica estaban enrojecidas por el frío.
-
Ya, ya lo sé.
Naomi sintió cómo su cara
entraba de repente en calor. Emily no apartaba la mirada ni borraba la pequeña
sonrisa que sus labios habían dibujado en su cara.
-
¿Ibas a casa? –
preguntó Naomi, subiéndose la bufanda hasta la nariz para ocultar su timidez.
-
Tendría que esperar
a mi hermana, pero está ocupada con… bueno.
Naomi miró a Emily. Un diminuto
copo había caído en las pestañas de su ojo derecho y amenazaba con no
derretirse. Naomi sintió un irrefrenable deseo de alargar la mano y quitárselo,
pero no podía ir por la vida acariciándole el ojo a gente que acababa de
conocer. Se obligó a guardar la mano en el bolsillo del abrigo.
-
¿Vamos? – preguntó
Emily, empezando a andar.
Naomi la siguió, colocándose a
su lado hasta que sus hombros chocaban.
-
¿Eres de aquí, de
Bristol? – preguntó Emily, golpeando el suelo con sus zapatos verdes.
-
Londres – respondió
Naomi -. Pero ahora estoy aquí con mi madre. Nos acabamos de mudar.
-
¿Por qué?
La niña guardó silencio. ¿Cómo
contarle a una niña que acababa de conocer y que amenazaba con convertirse en
su única amiga en aquella ciudad tan diminuta comparada con Londres que su
padre las había abandonado llevándose con él la vida que habían tenido siempre?
-
Trabajo. Mi madre,
ella… Bueno, ha tenido, hemos tenido que mudarnos.
-
Mi padre tiene como
una cadena de gimnasios aquí, en Bristol. Pero mamá tiene un trabajo como más serio.
No sé exactamente que es, pero también viaja mucho.
Naomi escuchaba a Emily con una
atención que le había prestado a muy poca gente en sus doce años. Le gustaba
escucharla hablar. Le gustaba lo mucho que usaba la palabra ‘como’. La hacía
sentirse bien tener a alguien a su lado que no la trataba como si fuese un
extraterrestre.
Mientras andaban, Naomi
descubrió que la hermana de Emily, Katie, era una niña engreída y superficial,
la favorita de su madre. Emily sentía que ella nunca era suficientemente buena
para su madre, mientras que Katie lo era demasiado. Sin embargo, no lo decía
con envidia, sino como un hecho. Y eso le gustaba. La sinceridad con la que
contaba las cosas, como si no le disgustase el hecho de querer ser tan
trasparente como el agua.
-
¿Qué hay de ti?
¿Tienes hermanos?
-
No, no… Creo que mi
madre ya tiene bastante conmigo.
-
Claro, eres como…
demasiado diva, ¿no, Naomi Campbell?
Naomi soltó una carcajada a la
que Emily no tardó en unirse.
-
Si supieses las
veces que he tenido que soportar bromas de ese tipo, no las harías.
Emily alargó un dedo desnudo
hacia su cara, pasándoselo por la mejilla. Naomi se alejó, sonriendo, pero la
niña parecía triste, mirándose el dedo.
-
Vaya, que pena. No
es maquillaje.
Naomi la empujó levemente con
el hombro, riendo de nuevo. No se sentía en Londres, pero se sentía bien.
Cómoda. Y eso ya era algo.
-
Tengo que irme –
dijo de repente Emily, parándose en seco -. Vivo en esta calle.
-
Oh – Naomi bajó la
mirada hacia el suelo, mirándose las gastadas zapatillas Converse que su padre
le había comprado antes de cambiar su vida -. Vale. Nos vemos mañana entonces.
-
Sí, genial.
Emily le dedicó una sonrisa
sincera, de esa clase de sonrisas que te demuestran que esa persona merece la
pena. Naomi se la devolvió, por detrás de la bufanda. Las pestañas de la niña
se habían cubierto de copos de nieve.
Justo en ese momento, cuando ambas
se giraban para seguir caminos opuestos, Naomi chocó contra algo. O mejor
dicho, alguien, como demostró el grito que pronunció Katie antes de caer al
suelo.
-
Perdona, lo… lo
siento – se disculpó Naomi, extendiendo la mano por segunda vez en la misma
tarde.
Katie la miró con odio desde el
suelo, levantándose sin cogerle la mano, y empezó a gritarle a su hermana en un
idioma extraño, parecido al japonés. Naomi levantó las cejas, extrañada. Emily
no había mencionado nada de que supiese hablar otros idiomas con total fluidez.
Katie corrió hacia Emily y la
arrastró por la calle, tirando de su pequeña mano. Emily solo miró hacia atrás
una vez, dedicándole a Naomi una mirada de disculpa, para dejarse llevar
mientras le contestaba a su hermana en el mismo idioma.
Cuando Naomi llegó a casa, lo
primero que percibió fue el olor, el fuerte olor de la marihuana cultivada que
su madre fumaba antes de que ella llegase de clase. Naomi dejó la mochila en la
entrada y se dirigió a la cocina, que estaba llena de humo. Junto a su madre
había un hombre con barba, sin camiseta, que fumaba con los pies sobre la mesa.
Naomi le miró los pies con asco, antes de dirigirse hacia su madre.
-
¿Mamá?
-
Sube a hacer los
deberes, cariño. Luego hablamos.
El hombre barbudo soltó una
carcajada.
-
¿Por qué no se
queda y le das uno también?
Gina Campbell estalló en risas,
golpeando a su compañero con el puño en el pecho.
-
No seas gilipollas,
es una niña.
Naomi puso los ojos en blanco y
subió a su habitación. Sin embargo, no se preocupó por los deberes, o por
estudiar, como habría hecho normalmente, sino que se tumbó en la cama y cerró
los ojos.
Le gustaba Emily. Se imaginaba
yendo juntas al parque a comer helado en verano, o haciendo carreras de bicis
por el puerto. Sabía que podían ser buenas amigas. No le aburría escucharla
hablar, ni le molestaba su tono de voz. Además, era la única persona que se
había atrevido a hablarla, a pesar de ser el bicho raro de la clase.
Le gustaba Emily Fitch.
Sin embargo, esa sería la
última vez que hablaría con ella.
"¿Estás bien? – preguntó mientras la ayudaba a levantarse."
ResponderEliminar"¿Ibas a casa? – preguntó Naomi, subiéndose la bufanda hasta la nariz para ocultar su timidez."
Vaaaaaale, no son preguntas realmente importantes ni nada por el estilo, y puede que no cuenten. Pero es todo el fallo que le puedo sacar al fic y quería compartirlo.
Es todo super bonito. Es que te imaginas a Ems y la ves tan cuqui que... Ay. Normal que le guste.